Por:
Mario Juárez *
SALAMANCA • 20 DE NOVIEMBRE DE 2009
Prometo
que en el equipo hemos debatido sobre ello. Seriamente, con pros y contras.
Tiene guasa la cosa, que por encima de figuras, algunas de las últimas
conversaciones en el equipo hayan sido sobre un chaval de once años. Pero ha
pasado. Ayer fue el Dia Mundial de la Infancia y, quizás por eso, se me viene a
la cabeza la imagen de Michelito apalizado por un novillo abecerrado en Lima.
Se me vienen a la cabeza pensamientos de lo que hacemos con un simple niño.
Reflexiones de lo que el propio sistema es capaz de hacer con la cantera.
De
siempre han existido los niños toreros. Lo fue Ponce, cuando saltó a la
palestra en el Festival del Monte Picayo con diez años. Lo fue El Juli, cuando
con la misma edad se hizo presente en las cámaras del Plus en un ciclo de
novilladas de Chinchón. Los dos fueron casos excepcionales, de auténticos
genios precoces, que dieron la sensación de matadores de toros. Sin embargo,
las imágenes de Michelito a merced de los novillos, sus lágrimas de impotencia
y, según me cuentan varios testigos, la llegada al hotel dormido en brazos de
su madre, deben hacernos reflexionar hacia donde estamos llevando el toreo.
La
diferencia con los casos de Ponce y Juli es que los dos se midieron por vez
primera ante los utreros con más años, y entre el debut en público y sus
primeras apariciones y su consolidación en las plazas de toros pasó un largo
proceso de entrenaimiento y maduración que no ha tenido el francés.
Cierto
es que los niños torero siempre han tenido su encanto para quien los ve desde
el tendido. Pero no termino de ver claro si lo de Michelito es afición del
chaval o más la ilusión de un padre retirado de la profesión, querido en
Francia, pero que no llegó a figura. Es más que probable que ese sea el quid de
la cuestión, el verdadero latido de fondo de la historia. Un padre que desea
ver reflejados en su hijo aquellos anhelos de lo que pudo haber sido y se quedó
en el camino. Lo cual es, irremediablemente, mucho más triste.
Estoy
convencido de que un niño de diez u once años debe estar más preocupado por
jugar con sus compañeros de clase, seguir a su equipo de futbol o ver la tele,
que por plantearse su futuro y decidir seriamente si quiere jugarse los muslos.
También estoy seguro de que Michelito disfruta haciendo lo que hace. Pero visto
desde fuera, si fuese mi hijo me gustaría que torease por diversión, por
afición, nunca por necesidad y mucho menos por dinero.
Viendo
las imágenes de un niño torero a merced de un casi becerro, el tema da mucho
que pensar. No creo que no tenga condiciones, ni siquiera valor, ni siquiera
afición. Pero sinceramente, creo que es algo que debe verse con el tiempo,
cuando de verdad el chaval pueda tomar conciencia de los riesgos que entraña
esta profesión.
Antes
de pensar el chaval como la gallina de los huevos de oro, deberían hacerlo como
un proyecto de futuro, que puede ser pero que necesita una madurez, un poso y
un rodaje necesario para ello. Dice el refrán que no por mucho madrugar amanece
más temprano, y es más que probable que en el toreo ocurra igual. Incluso
aunque dejen acercarse a los niños.
* Cronista Taurino
Fuente: La Tribuna de
Salamanca
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